sábado, 22 de diciembre de 2018

La historia de las letras

¿Qué son las letras?
Historia de las letras.
El origen de cada letra.
El alfabeto: ordenando las letras.
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¿Qué son las letras?

Una letra es cada signo gráfico de un sistema de escritura. Los signos de varias escrituras, como algunas muy antiguas, son llamados silabogramas (si describen una sílaba) o logogramas (si reflejan una palabra, como algunos jeroglíficos).

Como símbolo que denota un segmento del discurso, las letras se vinculan con la fonética. En un alfabeto fonético puro, un fonema simple es denotado por una letra simple, pero tanto en la historia como en la práctica, las letras, por lo general, denotan a más de un fonema. Un par de letras que designan a un fonema simple reciben el nombre de dígrafos. Algunos ejemplos de dígrafos en inglés son ch, sh y th; mientras que en español encontramos ch, ll, rr, gu y qu. Un fonema también puede ser representado por tres letras, que reciben el nombre de trígrafo. Un ejemplo de esto último es la combinación "sch" en alemán (este trígrafo alemán suena de un modo casi equivalente a los dígrafos "sh" del español y del inglés o al ch del francés y ciertas formas del portugués, o a las letras románicas š o ʂ transcripción de la cirilíca ш).
Dígrafos
Las letras también tienen nombres específicos asociados a ellas. Estos nombres pueden diferir con la lengua, el dialecto y la historia.

Las letras, como elementos de los alfabetos, tienen un orden prescrito. Esto, generalmente, se conoce como "orden alfabético", aunque la clasificación alfabética es la ciencia dedicada a la tarea compleja de ordenar y clasificar las letras en los diferentes idiomas.

Las letras, además, pueden tener un valor numérico. Es el caso de los números romanos y las letras de otros sistemas de escritura. En español y en otros idiomas como el inglés, se emplean los numerales arábigos en vez de los romanos.
Letras con valor numérico (números romanos)
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Historia de las letras

El hombre empezó a registrar la historia de lo que lo rodeaba haciendo dibujos en las paredes de las cavernas. Las pinturas de los objetos se convirtieron en símbolos o pictogramas. Éstos muestran cosas y son muy representativos: el dibujo de un árbol significa un árbol, el de una vaca significa una vaca. Esencialmente, el lenguaje se componía completamente de sustantivos (gente, lugares y cosas), los cuales lo hacían muy fácil de aprender. Pero como la sociedad se desarrolló y se hizo más compleja, se hicieron necesarios los símbolos para aquellas cosas que no podían ser vistas. Los pictogramas adquirieron significados adicionales. Por ejemplo, el dibujo de una vaca podía significar vaca o riqueza, ya que en el comercio se usaba el ganado como valor. Luego los pictogramas se transformaron en símbolos no representativos, se hizo necesario que la gente aprendiera sus nuevos significados.
Dibujos en paredes de cavernas
Muchas de las ideas requirieron sus propios símbolos, se dio el siguiente paso, se crearon los ideogramas. Éstos describen ideas y acciones. Aunque algunos ideogramas eran semi - representativos, se necesitaba más aprendizaje para entenderlos cuando estaban agrupados debido a que eran esencialmente simbólicos. Este aprendizaje necesario hacía que las sociedades se dividieran en dos grupos: los que entendían el sistema escrito y los que no. Se desarrolló un creciente conjunto de símbolos, que se hacía cada vez más difícil de aprender. No había conexión entre el lenguaje hablado y el escrito, así que la gente tenía que aprender dos sistemas que no estaban relacionados.

Eventualmente, los ideogramas ya no satisficieron las necesidades de las sociedades cada vez más complejas. Se necesitaba un sistema más flexible. Los ideogramas y los pictogramas evolucionaron en nuevas letras y símbolos, que podían encadenarse formando palabras a las que aquellos que habían aprendido el sistema le daban significado.

El nuevo sistema de letras utilizaba componentes más pequeños que podían combinarse en muchas maneras pero se necesitaba aún más conocimiento para entenderlo porque no era completamente representativo. La separación entre los que sabían escribir y los que no, dejó de crecer.

Alrededor del año 1800 a. C., los fenicios, desarrollaron un sistema revolucionario que enlazaba los sonidos hablados con la escritura. Identificaron en su lengua veintidós sonidos claves, crearon veintidós símbolos correspondientes, cada uno de ellos representaba un sonido. Razonaron lógicamente los símbolos se unían en la forma en que estaban unidos los sonidos, podían comunicarse con un vocabulario de símbolos muy reducido, y que podían aprovechar la conexión natural entre la comunicación oral y escrita.
Alfabeto fenicio
Nuestras letras modernas descienden de la escritura jeroglífica de las civilizaciones antiguas. En particular de la egipcia. Prácticamente todos nuestros caracteres se pueden encontrar en un jeroglífico.
Alfabeto egipcio



Los sistemas de escritura se suelen dividir en ideográficos y fonológicos. Es decir, en ellos un dibujo es capaz representar una idea completa o un único sonido. Entre estos dos extremos de complejidad se han desarrollado todos los alfabetos que ha inventado la humanidad. Existen los silábicos, los consonánticos, etc. Ninguna ortografía se libra de tener un cierto carácter ideográfico o fonológico.
Los mismos egipcios se dieron cuenta de que la escritura puramente ideográfica presentaba graves problemas a la hora de expresar conceptos complicados.

La escritura egipcia de las últimas dinastías evolucionó hacia la fonética. Cada dibujo representaba un carácter. ¿Cuál? el inicial de la palabra. Como si nosotros para decir “hola” dibujáramos un hombre, un oso, una lancha y un avión.
Esta situación se mantuvo así hasta la aparición de la cultura judeocristiana. En ella se ordenaba el segundo Mandamiento que nosotros hemos transformado un poco, pero que para muchos pueblos significa “no harás imágenes”. Por eso las culturas árabes, judaicas, protestantes y demás no hacen representaciones humanas ni de animales. Esta nueva visión (imposición) del mundo supuso prácticamente la extinción de la escritura.

Pero hubo quien se las ingenió. Si bien las imágenes estaban prohibidas, nadie había dicho nada acerca de hacer rayas, y en el Sinaí encontraron la manera de evocar las imágenes por medio de rayas simples.

Ejemplo:
La letra A se representaba por un toro. Era el aleph, el símbolo de la fuerza. El símbolo no se podía representar ya, pero ¿qué es lo más característico de un toro? Sus cuernos, ¿no? Bueno, pues se puede dibujar algo así . Y de ahí a había un paso. Después ya el tema de la orientación horizontal o vertical del carácter fue una cuestión de estilo. Pero la transformación hacia la abstracción estaba hecha.

Por otra parte, el alfabeto español viene del latín, que a su vez procede del griego, quienes adoptaron el sistema fenicio cerca del año 1000 a. C., modificándolo conforme a sus necesidades al añadirle vocales y darle nombre a las letras. Y en medio, el alfabeto etrusco.

Los etruscos hablaban una lengua no indoeuropea, aún no descifrada del todo, y su abecedario era una especie de variante occidental del alfabeto griego. Hablamos de un pueblo asentado en la península Itálica a comienzos del primer milenio (a. C.), mucho antes de que se fundara la ciudad de Roma, génesis del Imperio. La actual provincia de la Toscana (la de Florencia, Siena, Pisa...) fue el corazón del asentamiento etrusco.
Alfabeto etrusco
El abecedario latino estaba compuesto por 21 letras, el esqueleto del alfabeto español actual. Todas representadas con mayúscula como mandaba la tradición romana. En esa lista de 21 letras estaban todas las actuales menos la J, la Ñ, la U, la W, la Y y la Z. El orden de colocación en el alfabeto latino era prácticamente el mismo que el actual. Los romanos tomaron el alfabeto griego y le hicieron cambios adicionales, agregaron la G y la Z sumando 23 caracteres. Nuestro alfabeto moderno subsecuentemente adquirió tres letras adicionales, la J, la U, y la W.
Alfabeto latino
Al escribir rápidamente con punzones en tablillas de cera (que eran fáciles de borrar y volver a alisar), los escribas romanos empezaron a unir las letras. Siguiendo los impulsos naturales de la mano, introdujeron una inclinación a las letras, tanto en los ascendentes como en los descendentes (la parte de las minúsculas que se extienden fuera de su "caja correspondiente").
Alfabeto romano
Después de la caída de Roma, en Occidente la habilidad de escribir se practicó casi exclusivamente en los monasterios. Con excepción de manuscritos iluminados, no se produjeron trabajos hasta mediados del siglo XV, cuando Johannes Gutenberg (a.c. 1397-1468), de Maguncia, Alemania, adelantó de una forma inconmensurable la capacidad de comunicarse al inventar un sistema eficiente de colocación de letras móviles en una imprenta.
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El origen de cada letra
  • A
Proviene de la letra fenicia áleph, que significaba ‘buey’ y que se escribía como la mayúscula nuestra, solo que al revés, con las patas arriba porque representaba los cuernos del buey, la raya que la atraviesa marcaba las orejas y el vértice formaba el hocico. Según los paleógrafos, los fenicios la tomaron de un antiguo jeroglífico egipcio que representaba la cabeza de un buey. Con el tiempo, los fenicios tumbaron este signo a la derecha, dejándolo muy parecido a una trompeta. De los fenicios la copiaron los griegos, para usarlo como letra A, ya puesta como nosotros la conocemos.

La a minúscula apareció en el siglo II, al redondearse los trazos angulosos de la mayúscula con la escritura rápida y uniendo las letras. Y la forma menos redondeada y que aparece ahora en todos los teclados de ordenador (a) nació para la imprenta.

  • B
El origen gráfico de la B se remonta a la letra fenicia bet, que quería decir ‘casa’. Los fenicios la tomaron de un jeroglífico egipcio que en cierto modo recuerda una tienda de campaña. Los griegos la copiaron de los fenicios, haciéndola ya muy parecida a como la escribieron los romanos, que es igual a la nuestra.

  • C
Tiene su origen en un jeroglífico egipcio con forma de bastón, que los fenicios adoptaron para su alfabeto con el nombre de gimel. Este signo fue copiado a su vez por los griegos, con el nombre de gamma, que tenía varias formas, entre ellas la C. De ahí pasó al alfabeto latino, que en un principio empleaba la misma letra tanto para el sonido C como el sonido G, hasta que Espurio Camilio inventó esta última letra. Y así, ya diferenciadas, llegaron ambas, C y G, al español.
  • CH
La Ch (che) es un dígrafo: signo ortográfico compuesto de dos letras para representar un fonema.

Entre 1803 y 1993 la Ch fue considerada letra independiente, pero en 1994 perdió esta condición al ser devuelta al apartado de la C.

Tanto cuando era considerada una letra independiente como ahora, la Ch siempre ha tenido el mismo sonido, peculiar y distinto de los demás sonidos representativos de letras; excepto en palabras que, por tradición, se escribían en español como en latín hasta hace dos siglos.
  • D
Procede de un ideograma egipcio que representa una puerta con una forma triangular que en efecto recordaba el trozo de piel que cerraba la puerta de las tiendas de campaña. Los fenicios la adaptaron simplificándola y le dieron el nombre de dalet (también los hebreos), que quiere decir ‘puerta’. Los griegos la tomaron llamándola delta, redondeándola en una de sus variedades. Así la adoptó el alfabeto latino, creando además una minúscula (d) por acomodación de la mayúscula a la escritura práctica. Y así llegaron la mayúscula y la minúscula al español.
  • E
Era representada por los egipcios por la figura de una persona con los brazos extendidos hacia el cielo, adorando a una divinidad celestial. Los fenicios esquematizaron esta figura al adoptarla a su alfabeto con una línea vertical cortada por tres horizontales que apuntan a la izquierda. Los griegos la adoptaron dándole la forma que ha llegado hasta nosotros como la E mayúscula. La minúscula nació siglos más tarde, como consecuencia de la comodidad y rapidez al escribir.
  • F
La F mayúscula procede del signo fenicio para el vau, del que también han derivado otras tres letras: U, V, Y. Los griegos importaron la letra fenicia sin cambios apreciables y lo mismo hicieron los etruscos, que le dieron una forma más reconocida para nosotros; el alfabeto latino invirtió sus trazos y la dejó tal cual la conocemos hoy. Los rasgos rectilíneos de la F mayúscula fueron suavizándose, redondeándose, para formar la f minúscula.

Los griegos tenían una letra, phi, que sonaba parecido a la actual f. Los romanos la adoptaron como ph, respetándola en la escritura para aquellas palabras que procedían del griego o del hebreo. Así pasó al español primitivamente este dígrafo, ph, con el mismo sonido que la f, en multitud de palabras de origen griego, hasta que en 1803 terminó desapareciendo por completo el dígrafo ph, a favor de la f. Sin embargo, muchas de las palabras latinas con f perdieron esta al pasar al español, a favor de la h. Durante años, esta fobia contra la f llevó incluso a intentar sustituirla por h en palabras que no tenían etimología latina. Pero con la aparición de la imprenta surgió la tendencia contraria, recuperando las efes cuando se podía.

Las letras f y b también sostuvieron una dura disputa hasta el s. XVII, pero al final prevaleció la etimología latina de la f. 
  • G  
El latín heredó de los griegos, a través de los etruscos, la letra C con la que representar dos sonidos: [k] y [g]. De manera que, como no existía la G, se escribía con C aunque se pronunciara con G. Esto era así porque los etruscos no conocían el sonido [g]; pero lo romanos sí, por tanto les resultaba un problema no tener una letra específica para este sonido y diferenciarlo así la [k] de la C. Podrían haber adoptado la gamma griega (Γ), que sí representaba el sonido [g], pero los romanos creían erróneamente que también tenía el sonido [k]. Así que no resolvieron este problema hasta que Espurio Carvilio inventó la G, en el siglo III a. C., añadiendo una rayita a la C.

Con el paso del tiempo se ha ido suprimiendo la g en algunos casos: el más notable es el de las palabras que empezaban por gn~, para las que desde 1959 se admite la escritura con n. 
  • H
Su hombre es hache, del francés hache, y este del bajo latino hacca, modificación de ach, pronunciación vulgar en lugar de ah (con h aspirada), que fue el antiguo nombre latino de esta letra. Paradójicamente, empezó su andadura en el español escribiéndose sin h: ache en un texto de 1433.

En el alfabeto fenicio había una letra conocida con el nombre de het que es la antepasada de nuestra H y que se representaba con una figura de dos rectángulos superpuestos, algo inclinados. No está muy claro de donde procedía esta het fenicia. Se pronunciaba como una j suavemente aspirada. Los griegos la adoptaron de los fenicios dándole la forma mayúscula que hoy conocemos por eliminación de los trazos superior e inferior, y manteniendo la suave aspiración. Pasó al latín, donde fue perdiendo el sonido hasta quedar muda. Y así llegó al español: se escribe pero no se pronuncia.

Con la aparición de la imprenta, la expulsión completa de los musulmanes de la Península ibérica, el descubrimiento de América y el Renacimiento, los españoles cultos observaron las haches aspiradas con desprecio, demasiado rudas y arabizadas para su gusto. Así que empezaron a recuperarse las efes en numerosas palabras, aunque no fueron pocas las que mantuvieron las haches. La aspiración de estas haches se conserva aún en algunos lugares. A veces, esta aspiración llega a convertirse en el sonido [j], pronunciación que en algún caso tiene su reflejo en la escritura. Y el grupo -hi- en posición inicial de palabra seguido de una e tónica se pronuncia normalmente como [y], salvo detrás de pausa o de palabra que termina en vocal, en que la pronunciación oscila entre [ié] y [yé]; llegándose a fijar incluso esta pronunciación en la escritura.

Pero la norma actual es que la h sea muda, razón por la cual ha habido muchos intentos por suprimirla. Pese a ello, la h se ha conservado hasta hoy por tradición y porque ayuda a diferenciar palabras homófonas (que suenan igual). Por el momento, hay varias palabras que se pueden escribir con o sin h. De otras palabras, sin embargo, la h desapareció hace tiempo.

Si ya de por sí parece una letra inútil, mucho más se antoja cuando aparece intercalada. Por lo general, estas haches intercaladas permanecen en el español actual, aunque no así, por fortuna, las que formaban los dígrafos etimológicos ph, rh, th, y varias de las del ch. Como sabemos, en 1803 el dígrafo ph se transformó en f. Pues bien, previamente, en 1779, se acabaron los dígrafos rh y th. En cuanto al dígrafo ch (con h muda, a diferencia de la che), fue suprimido en 1754, aunque subsistieron algunas palabras hasta 1803, tal como vimos en el apartado de la Ch.
  • I
El antepasado más remoto de la i de la que se tiene seguridad es la yod fenicia. Los griegos la empezaron a escribir tal como nosotros conocemos la I mayúscula. El alfabeto latino la copió, pero poniéndole al principio dos circulitos en cada extremo. Durante mucho tiempo, en español se escribió en minúsculas sin el actual puntito, lo que ocasionó muchos trastornos para su lectura correcta, pues se confundía a menudo con otras letras; para diferenciarla, a veces se escribía prolongándola por arriba (como una I mayúscula) o por abajo (de donde salió la j), y hasta con algún circulito en algún extremo, casi como los romanos. En la Edad Media se decidió acentuarla, y así quedó el puntito actual tras inventarse la imprenta.

La i comparte sonido con la y, a quien cedió en 1726 el uso como conjunción copulativa. En 1815 se decidió que i es vocal en todos los casos, excepto cuando es final de palabras que acaban en ai, ei, oi y frecuentemente en ui.
  • J
La j es hija de la i. No existía en los alfabetos fenicio, griego ni latino. El sonido consonántico peculiar de la j se produjo en el paso del latín al romance castellano por múltiples procedimientos: la propia i; una l seguida de e o i; un grupo -cul-; un grupo -sc-; e incluso por adaptación de sonidos árabes. Para este sonido también servía la i, hasta que, entre los siglos XVI y XVII, se separaron, quedando la primera como vocal y la segunda como consonante y con sonido propio. El humanista francés Pierre de la Ramée fue el inventor del signo de la J mayúscula y la j minúscula, para su adaptación a la imprenta en el siglo XVI. Tiene un punto arriba por herencia de la i, que así se distinguía de la u. Su propio nombre, jota, procede del nombre de la i en griego: iota. Pero cuando la j se desligó de i empezó su competencia con otras dos consonantes, la g y la x.

El sonido de la j es tan recio que a menudo resulta demasiado fuerte, sobre todo cuando se juntan dos de estas letras en una misma palabra o tres o va unido su sonido al de la doble ere. Por el contrario, su sonido se ensordece cuando finaliza el vocablo.
  • K
Se la ha considerado desde siempre como una letra inútil y extranjera, pues ya los romanos contaban solo con diez palabras que empezaban con esta letra, aunque la tomaron del alfabeto griego que, a su vez, la copió de la kaf fenicia (pero dándole la vuelta) y los fenicios, en fin, la tomaron de la escritura jeroglífica egipcia, en donde representaba una mano o un puño. Entre 1815 y 1869 desapareció del diccionario académico.

Son muy pocas las palabras españolas que la contienen, pues en su mayoría tienen un claro origen extranjero. El sonido que representa también lo tienen la q, la c cuando va seguida de a, o, u y, a veces, la ch.

Ha habido prestigiosos lingüistas (y todavía los hay) partidarios de cambiar la ortografía de algunas palabras a favor de la k; a la manera como se escribían ya muchos de estos vocablos antes del siglo XIII. Pero estas propuestas no han prosperado por ahora. Hoy en día, la k también es utilizada como signo de rebeldía por quienes viven a contracorriente, como los okupas. Pero tampoco esta costumbre ha sobrepasado la marginalidad para extenderse entre la mayoría de la gente; si bien es muy común utilizar esta letra en los mensajes electrónicos. Asimismo ha habido intentos contrarios a los anteriores, en los que se ha propuesto alternativas, pero tampoco ha prosperado esta propuesta, ya que son muy pocos los que hacen uso de ella. De manera que la k se mantiene en esa situación de marginalidad dentro del alfabeto, en la que de momento ni pierde ni gana terreno.
  • L
Los fenicios tenían esta letra en su alfabeto con el nombre de lamed ‘cayado’, con forma en efecto de este utensilio que empleaban los pastores para azuzar a los bueyes. Los griegos la adaptaron con el nombre de lambda pero sustituyendo la curva de la letra en un ángulo agudo. Un ángulo que hicieron recto los romanos cuando la copiaron para el alfabeto latino. Y así llegó al español. Excepto por el tamaño, la L mayúscula y la l minúscula se escribían igual, pero al ligarla con otras letras en la escritura manual, a la minúscula le apareció la panza superior.

Representa el sonido consonántico más abierto y sonoro, por lo que se sirve para acompañar el tarareo de cualquier melodía. Se ha definido su sonido como cantarín y mojado o líquido, pues la lengua es verdad que se ensaliva más que al pronunciar otras letras. De ahí que la l suela aparecer en onomatopeyas del sonido del agua.
  • LL
Es un dígrafo ‘signo ortográfico compuesto de dos letras para representar un fonema’, que durante mucho tiempo fue considerada una letra independiente, pero que, desde 1993, ha vuelto a incluirse en el apartado de la L.

La mayúscula se escribe LL cuando toda la palabra es en mayúsculas o Ll cuando las demás letras de la palabra son minúsculas. La minúscula se escribe ll.

El sonido que representa la ll es peculiar del español, distinto al que pronunciaban los romanos en palabras con ll que pasaron a la lengua romance con ligeras variaciones.
  • M
El origen de esta letra está en el símbolo con que se representaba el agua en la antigua escritura jeroglífica egipcia. De este símbolo tomó el alfabeto fenicio su letra mem ‘agua’, pero transformando los trazos de manera que desaparecen sus evocadores aires acuáticos. Los griegos la copiaron para su letra my, en versiones muy parecidas ya a la M actual, como lo es ya la M latina.

A partir del griego mnéme ‘memoria’, existen en el español las voces mnemónico, mnemotecnia, mnemotécnico, en las que la m es muda. Ante la difícil articulación de este grupo consonántico inicial, estas voces pueden escribirse también sin m.

Existen varias palabras que acaban con esta letra, casi todas con claras raíces latinas, pero también de procedencia árabe, amerindia, e inglés, y de creación mucho más moderna. Algunas de estas voces se han adaptado gráficamente a nuestro idioma dando lugar a variantes con ~n.
  • N
En los jeroglíficos egipcios aparece representada como una serpiente. Esquematizada y con un rasgo más quebrado pasó primero al alfabeto fenicio con el nombre de nun y luego al griego con la misma forma y el nombre de ny. Así llegó al latín, con una mayúscula, N, idéntica a la nuestra. La minúscula nació con el redondeo del trazo al escribir letras juntas.

Fonéticamente, la n es en español una consonante que, con la m y la ñ, completa el trío de nasales. Su sonido se forma con una resonancia en el interior de las fosas nasales, al aplicar sobre ellas la punta de la lengua. Es una consonante muy maleable. Al pronunciarse, se adapta su sonido al de otras consonantes, suavizándose hasta el punto de casi desaparecer. En el grupo -nm-, aunque se esboza la articulación de la n, lo que suena en la conversación corriente es la m; de ahí las vacilaciones que ha habido entre los ortógrafos a la hora de considerar el hecho de si escribir -imm-, norma aprobada por la Academia en 1726, que corrigió no obstante cuarenta años más tarde, para imponer el modo –inm-, todavía vigente. Pero donde mejor se comprueba la costumbre de asimilar la n a las consonantes que la siguen es el caso de las sílabas cons, ins y trans. En esta última, se pronuncia tan relajada que a veces desaparece; de ahí que, en 1970, se terminara oficialmente por aceptar la posibilidad de quitarla en algunos de estos casos (trasporte, traspirar, trasformar). En el caso de consciencia fue la pérdida de la s y no de la n la que fijó en el uso la grafía simplificada conciencia.

Algunas palabras se escriben con dos enes seguidas.
  • Ñ
Es la letra patriótica, la aportación española al alfabeto latino. El sonido de la ñ no existía en latín, pero la evolución de grupos tales como gn, nn, ni o nh dio lugar a él durante la Edad Media entre las lenguas románicas. El italiano y el francés se quedaron con gn, el gallego-portugués con el nh y el catalán con el ny. El castellano prefirió nn, que se abrevió por medio de una n con una raya encima y que acabó convirtiéndose en una única letra en forma de n con tilde ondulada (ñ) y un sonido nasal muy peculiar, que se pronuncia juntando la lengua con el paladar de tal manera que impida la espiración por la boca, y separándola rápidamente para que el aire salga por la boca y las fosas nasales.
  • O
La letra o aparece en la escritura jeroglífica egipcia con la forma de un ojo humano que miraba de frente. Los fenicios esquematizaron el símbolo dándole una sencilla forma circular y recordando su origen llamando la letra ayin ‘ojo’. Reducida la adoptaron los griegos, después los romanos y, por fin, nosotros.

Considerada históricamente, la o en las lenguas románicas procede de su antecedente latina; si bien hay palabras cuya evolución demuestra que hubo oes latinas que fueron transformadas en el diptongo que al pasar al español.

Pero también han surgido oes por otro procedimiento. Por ejemplo, por reducción de algunos diptongos latinos: au > o.
  • P
Desciende esta letra de un jeroglífico egipcio que representaba una boca abierta. Los fenicios le dieron el nombre de pe, que quería decir ‘boca’. Aunque olvidándose de lo que representaba, los griegos la llamaron pi y copiaron la forma fenicia, pero en varias versiones. Una de ellas fue la que eligieron los romanos para su alfabeto, que al final llegó al español.

De sonido explosivo, la única peculiaridad de esta letra es que puede confundirse con su homófono sonoro b. Esta igualación sonora es la responsable de que en árabe no exista la p; y también de que muchos vocablos latinos pasaran al primitivo español cambiando sus pes por bes.
  • Q
A la q siempre la acompaña una u muda.

Ya suponía esta letra un problema para los romanos, por tener un sonido coincidente con la c y la k. Esta diferencia ya existía en el alfabeto fenicio, con las letras kaf y qof, que las tomaron del jeroglífico egipcio, esquematizándolo, en el que se representaba la cabeza de un mono y que significaba esto mismo: ‘mono’. Los griegos hicieron suyas las letras fenicias pero llamándolas kappa y qoppa. Esta última la adoptó el latín, como Q, que pasó así al español.

El acuerdo definitivo es que se escribe c cuando le siguen las vocales a, o, u, quedando para la q las e, i. No obstante, todavía en el Siglo de Oro era muy común escribir palabras como quaresma, cinquenta, quando, entre otras. En un intento por poner orden en este desbarajuste académico, en el siglo XVIII la primera ortografía académica estableció el principio etimológico (por el que se respetaba la q en todas aquellas palabras que la tuvieran en latín), pero posteriormente este criterio fue corregido y, ya en 1815, la q solo se quedó para que, qui, con su correspondiente u de apoyo y considerándola, por ello, letra doble.

Pero no sólo con la c y la k ha debido competir la q para hacerse un lugar, sino que también hubo de disputar con aquella ch que recordaba el origen latino del vocablo (Christo, chrónica).

Tal como vimos en el apartado dedicado a la letra k, ha habido intentos académicos por sustituir esta por la q, pero no han prosperado por más que tales vocablos se mantengan en el diccionario.
  • R
Su nombre general es el de erre, pero puede llamarse ere cuando nos referimos a la suave o vibrante simple. El dígrafo rr se denomina erre doble o doble erre.

Es una letra muy particular dentro del alfabeto español porque tiene la facultad de representar dos sonidos distintos que además pueden dar lugar a significados distintos (pero / perro; caro / carro). Para representar el sonido suave o vibrante simple se escribe una sola r. Para representar el sonido fuerte o vibrante múltiple se escribe rr. En este último caso, cuando empieza una palabra, se escribe también r aunque se pronuncie fuerte (rojo, rabo), y también tras b, l, n, s, pudiendo aparecer también tras d y z.

La r suave o vibrante simple es de pronunciación instantánea y la lengua choca una sola vez contra los alvéolos, desplazándose de fuera a dentro; mientras que para pronunciar la rr fuerte o vibrante múltiple la lengua va de dentro a fuera, produciendo dos o más vibraciones.

Esta letra procede de un jeroglífico egipcio que representaba una cabeza humana vista de perfil. Los nombres que recibió esta letra en los alfabetos fenicio y hebreo recordaban dicho origen: res o resh, que quieren decir ‘cabeza’. Los fenicios simplificaron el dibujo egipcio reduciéndolo a una p al revés (q). La escritura griega varió el sentido de la letra dejándola en P (forma que actualmente tiene la r en los abecedarios griego y ruso). Los latinos copiaron la letra griega, pero como ya tenían la p, para evitar confusiones crearon entre los siglos IV-III a. C. la letra R (una P con una virgulilla inferior, para diferenciarla).
  • S
Procede de un ideograma egipcio que no representaba una culebra, como cabía esperar, sino un lago del que salían juncos o lotos. En la escritura fenicia se simplificó eliminando las plantas acuáticas y resumiéndolo en una W, que los griegos invirtieron bautizándola sigma y dándole dos versiones: una con tres líneas rectas y otra con las tres líneas redondeadas. Los romanos recogieron esta última versión, que fue la que llegó hasta el español.

El español antiguo tenía una s sonora que escribía cons sencilla, mientras que la s sorda se escribía ss entre vocales (assar), o s tras consonante (mensaje). Pero fue favoreciéndose el principio fonético a costa del etimológico y, en 1763, se suprimió la ss de origen latino (así como proveniente de otros idiomas: assesino, del árabe ḥaššāšīn ‘adictos al cáñamo indio’) que hacía mucho sin embargo que no representaba sonido diverso de la s y que se había mantenido por tradición. Resuelto esto, pocos años más tarde (1770) se decidió qué hacer con las palabras iniciadas con s seguida de consonante, también de origen latino (scientia, studer, scribere, spiritus, scepum), resultando que en algunas de ellas (scientia, sceptrum) se omitió la s para pronunciarlas y escribirlas ciencia, cetro, mientras que en otras se añadió una e antes de la s (estudiar, escribir, espíritu); práctica esta última que se ha seguido empleando para adaptar vocablos extranjeros (esmoquin, estrés, estándar, espagueti).
  • T
Procede la T de un ideograma de la escritura egipcia que representa dos palos cruzados a modo de señal, del que se hicieron distintas esquematizaciones ya entre los propios egipcios. Las más conocidas son las que pasan al alfabeto fenicio con forma de X o de +, de donde derivan con ligeras modificaciones las tes de los alfabetos griego, etrusco y latino arcaico, donde aparece en la forma mayúscula que utilizamos hoy. Los tipos de imprenta definen la mayúscula y minúscula actuales: T y t.
  • U
La u se pronuncia emitiendo la voz con los labios algo más alargados y fruncidos que para pronunciar la o.

Es letra muda en las sílabas que (queso) y qui (quizá), y también, por regla general, en las sílabas gue (guerra) y gui (guitarra); cuando en una de estas últimas tiene sonido, debe llevar diéresis, como en vergüenza y argüir. Por tanto, se pronuncia en las sílabas qua (quásar), quo (quórum), gua (guasa) y guo (antiguo).

Los romanos no le daban a la U un valor exclusivo de vocal, pues era una variante gráfica por redondeo de la clásica V y se utilizaba asimismo para señalar la vocal o la consonante. Como a la J mayúscula, el humanista francés Pierre de la Ramée le dio a la U carta de naturaleza en la imprenta, empleándose siempre para la vocal, mientras que se dejaba la V para la consonante.
  • V
Su nombre es uve: de la combinación de u ve, propiamente ‘u que tiene el oficio de v’, en memoria del tiempo en que se empleaba aquella letra con el oficio de esta. No apareció con esta denominación (uve) en el diccionario académico hasta la edición de 1947.

Su origen hay que buscarlo en las inscripciones jeroglíficas de Egipto. La adaptación fenicio dio lugar a diversas formas muy similares a nuestra actual Y (letra que también tiene el mismo origen). La V mayúscula que hoy utilizamos es bien reconocible en algunos alfabetos griegos donde alterna con la antigua adaptación fenicia. El alfabeto latino le dio carta de naturaleza definitiva en forma de V mayúscula que sirvió, además, para representar la U durante muchos siglos, tantos que en la ortografía española ese problema no se resolvió de modo definitivo hasta bien entrado el siglo XVIII. Con la imprenta se había generalizado la práctica de diferenciar ambas letras apellidándolas U vocal y V consonante (pronunciada u consonante), entre otros apelativos, pero aun así seguía escribiéndose tanto voz como uoz, ver como uer, uno como vno, hasta que el primer diccionario académico zanjó el asunto.

La pronunciación de la v es idéntica a la de la b. Todas las palabras que empiezan por br~ ybl~ se escriben con b, ninguna con v.

Al establecerse en el s. XVIII que se respetaría en español la v en aquellas palabras que contaran con ella en sus étimos latinos, se facilitó la incorporación a nuestro idioma de nuevas palabras con esta letra, derivados de aquellas.
  • W
La letra W (uve doble) siempre ha sido considerada foránea, extranjera. Lo dice el diccionario académico: «No se emplea si no en voces de procedencia extranjera».

Básicamente son dos idiomas extranjeros de donde hemos exportado al español con el transcurso del tiempo las palabras con w: alemán e inglés. Pues bien, la recomendación académica para su pronunciación es la de [u] (Newton) o [g + u] para la w de origen inglés (Washington, waterpolo, web) y la [b] (v en ortografía) para law de origen alemán (Wagner, Westfalia).
  • X
Esta letra se dice que fue invento del rey griego Palamedes. Normalmente los griegos representaban el sonido [cs] o [gs] con dos letras hasta que se inventó un signo suplementario simple con que sustituirlas, y aquí aparece el legendario Palamedes y su invención. El nuevo signo pasa al alfabeto etrusco y de él lo toma el latino arcaico. Pero en el griego clásico la letra X también representaba otro sonido, aparte del cs/gs, que era el ji (con el sonido parecido al de nuestra j). Y en el español, aunque la x heredada del latín suele pronunciarse como lo hacían estos, con el sonido cs/gs, hay palabras de procedencia griega en las que la x se pronuncia como una j suave. De ahí que en el español antiguo se escribiera con x palabras que, desde 1815.

Por otra parte, desde la Edad Media la letra x aparece en el español con dos usos: el latino y el patrimonial. El latino es el que todavía usamos hoy, con la pronunciación actual. El patrimonial era característico del español antiguo y derivado de la transformación del sonido x en algo parecido a la sh inglesa o a la ch francesa; un sonido muy similar al que tenía también algunas voces de origen árabe y que fueron adaptadas con x. Este uso patrimonial desapareció del español, pero cuatro siglos después su reminiscencia queda en algunas palabras donde la x se transformó en j. Además, cuando los españoles llegaron a América, les pareció oír en muchas lenguas indígenas el sonido sh que ellos transcribieron con x.
  • Y
Su nombre es i griega o ye. La forma de la y no ha cambiado en siglos. Ya se reconoce su antepasada en la escritura hierática egipcia, en los alfabetos milenarios de Medio Oriente (donde representaba una maza), en la vau fenicia, y es la misma antepasada de la f, la u y la v. Los griegos le dieron su forma definitiva y la llamaron ipsilon; los romanos la tomaron tardíamente (en el siglo I aproximadamente) para escribir palabras griegas que tenían dicha letra; y del latín pasó al español.

En el español antiguo la representación del sonido [i] la compartían la i (conocida como i corta o media), la llamada baja o larga (origen de nuestra j) y la I (conocida como alta). A su vez, la i corta o media y la i baja o larga (j) podían hacer oficio de consonantes, invadiendo el terreno de la y, con lo que la y se vio obligada a invadir el terreno vocálico de las otras. Debido a tal confusión, no era poco frecuente ver, por ejemplo, la palabra viejo escrita también vieio o vjeio; o mayor y maIor; o sin y sjn; o isla eysla; o Pompeyo, Pompejo y Pompeio. La solución empezó a darse con la aparición de la imprenta, pero tardó siglos en llegarse al acuerdo actual: i es vocal en todos los casos, i griega para la conjunción copulativa más para el sonido [i] al final de palabras que acaben en -ái, -éi, -ói y frecuentemente en -úi (Uruguay, guiriguay, ley, doy, muy).

Así pues, desde 1726 la y se convirtió oficialmente en la conjunción copulativa del español, menos cuando la siguiente palabra empieza con i, en cuyo caso se sustituye por una e.

Se pronuncia como la ll cuando hace de consonante y como la i cuando hace de vocal.

Como vocal, la y ha ido perdiendo terreno. Muchos anglicismos, por ejemplo, han sido adaptados al español sustituyéndola por la i al final de palabra (grogui, penalti, güisqui). Todo lo contrario ha ocurrido como consonante (desde 1870 se acepta escribir con y algunas voces que empiezan por hie- (yerba, yerro, yedra); hielo no es una de ellas, pese a que Berceo la escribía yelo, y tampoco hiena, por más que su raíz latina tuviera una y (HYAENA) y el Diccionario de Autoridades en 1734 la escribiera hyena. Y en cuanto a la pronunciación, es indudable que la y está acabando con la ll, pues es práctica cada vez más general el yeísmo, pronunciándose castiyo en vez decastillo, gayina en vez de gallina, cabeyo en vez de cabello.
  • Z
Su nombre es zeta, ceta, ceda ozeda. Representa un sonido sordo, donde no vibran las cuerdas vocales; para pronunciarlo basta morderse ligeramente la punta de la lengua y expulsar el aire. No suele ir la z delante de e, i por cuanto su pronunciación en tales casos está reservada a la c. Sin embargo, hay alguna excepción, como enzima (para distinguirla del adverbio encima) o zeta. Y también hay palabras que pueden escribirse con c o z: cebra / zebra (en desuso), cinc / zinc, cíngaro / zíngaro, magacín / magazín.

Durante mucho tiempo, en el español se acumuló tres letras con el mismo sonido: la z, la c delante de e, i, y la ç sorda. Esta última es hija de la z, ya que nació de la costumbre de los amanuenses de escribir la z con un copete arriba a modo de adorno que se fue exagerando hasta que se redujo la z original a una virgulilla inferior, dando lugar así a una nueva letra. En consecuencia, en los textos de los ss. XVI-XVII no es difícil encontrar prudencia, prudençia y prudenzia (pero con igual pronunciación). Hasta que, como ya hemos dicho, la ç desapareció del español en 1726.

La Z se origina en la escritura jeroglífica egipcia y pasa a la fenicia donde, como la griega, se representaba de forma muy parecida a la actual I mayúscula. No fue hasta el abecedario latino que formó la forma actual Z, donde no fue una letra corriente y su empleo estaba limitado a nombres procedentes del griego. En el español la z es una letra bien definida y consistente.

La z es una de las letras por las que empiezan más palabras de origen árabe.
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El alfabeto: ordenando las letras .

El alfabeto es un sistema fonético de un número determinado de símbolos asociados a los sonidos elementales de un idioma o lenguaje.

La palabra alfabeto proviene del latín alphabetum que es compuesto por la conjugación de ἄλφα o alpha y βῆτα beta, las primeras dos primeras letras del alfabeto griego.

El alfabeto es sinónimo de la palabra moderna abecedario que reemplaza las letras griegas por las letras a, bé y cé y pueden ser usados indistintamente. A pesar de ello, se recomienda usar la palabra alfabeto para otros sistemas de símbolos y / o sistemas fonéticos.

Precisamente el alfabeto griego se encuentra compuesto por un total de 24 letras y se considera que data del siglo IX a.C. Parece ser que los griegos se inspiraron o partieron, en cierta medida, del que habían creado los fenicios para darle forma al suyo, que da comienzo con la letra alfa y que finaliza en la omega.
Alfabeto griego
Algunos de los idiomas o lenguajes que tienen su propio alfabeto son: el inglés, el hebreo, el ruso, entre otros. El chino no tiene un alfabeto ya que no hay composición de palabras sino composición de frases mediante ideogramas.
Alfabeto inglés
Alfabeto hebreo
Alfabeto ruso

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